Un poco de historia
Durante 16 años, Carlos distribuyó golosinas en los pueblos vecinos de San Antonio de Areco. Esa actividad lo relacionó con la industria de los chocolates y alfajores. Al fines de la década del setenta, Carlos y Teresa empezaron a notar que a San Antonio de Areco comenzaban a llegar turistas y que no tenían nada especial -salvo platería- para llevar de regalo.
Carlos y Teresa comenzaron a vincularse con gente especialista en la fabricación de alfajores. Ellos, antes de arrancar, sabían que querían hacer el mejor alfajor que estuviera a su alcance, sin importar el precio: querían que fuera exquisito. Un producto de calidad. Para eso contrataron hombres y mujeres que ya estuvieran empapados en el oficio de la chocolatería. Estuvieron en todos los detalles para “diseñar” el alfajor de sus sueños. Lo primero que notaron fue que el chocolate que se usaba era de mala calidad. Entonces se metieron en el mundo del chocolate para lograr el mejor baño posible.
Cuando empezaron, sólo tenían una vidriera; de a poco comenzaron a crecer y rápido. La Olla de Cobre se convirtió en un atractivo y los colectivos con turistas frenaban en la puerta del negocio para llevarse una bolsa de alfajores. El negocio no paró de crecer y hoy La Olla de Cobre es un clásico en San Antonio de Areco (y que ya empieza a llegar a Buenos Aires). Incluso los arequeros que viven lejos, les piden siempre a sus familiares que les manden, además de la yerba, una caja de alfajores, como un ruego cargado de nostalgia: un regalo preciado para quienes viven a cientos de miles de kilómetros del local de la calle Matheu.
Fragmento del artículo de Bosco Producciones
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